domingo, 15 de diciembre de 2013

Crítica de El Hobbit: La Desolación de Smaug (The Hobbit: The Desolation of Smaug)


Iniciando un año antes de Un Viaje Inesperado, Gandalf the Grey se encuentra con Thorin para motivarlo a reclamar su trono para así cumplirse con la profecía. Inmediatamente de contemplarse el peligro, la trama regresa a su punto actual abriéndose paso hacia la Montaña Solitaria. La amenaza de los orcos de Azog prevalece en paralelo con el ascenso del Nigromante y la inusual involucración de los elfos del Bosque Negro

En comparación con la antecesora, no encuentro mejoría ni declive, simplemente continuo con los mismos defectos y virtudes. De hecho su duración me sigue pareciendo extensa hasta el grado de retomar mi premisa de dos partes. Probablemente esté exagerando ya que  me conformaría con treinta minutos menos en su primera hora dado que hay material redundante con un sentido de humor indiferente a nuestro tacto. Aun así se aprecia el ritmo acelerado como su creatividad en las secuencias de acción.

Visualmente nos contagia con su densa cinematografía y estilo artístico en los palacios ocultos, el Bosque Negro,  las ruinas de Dol Guldur, el pueblo en el lago y sobretodo la enorme antesala del tesoro en la Montaña Solitaria. El sonido representó un gran avance por su eficacia en sacarnos un par de sustos; aunque sus efectos especiales se limitan a un tono realístico, todavía no llegan a impactarnos como lo hicieron en la trilogía clásica.

No puedo evitar sentir muchas similitudes con el esquema de La Dos Torres, primeramente porque Gandalf los abandona para hacer otras obligaciones, de lo cual se ha vuelto común en cada una de estas adaptaciones. Hablando de una falta de compromiso de su parte hacia una cosa a la vez, siempre surge un asunto más importante que hacer sobre lo que el mismo recién comenzó. Desafortunadamente esta ausencia le restó simpatía al grupo de enanos.

A diferencia de la Comunidad del Anillo, los personajes principales perdieron interés en sus roles respectivos. Ian McKellen era la razón por la cual Martin Freeman y Richard Armitage resplandecieron en Un Viaje Inesperado, sin embargo, ahora sólo se manejaron por sus defectos y por ende el bajón de moral. Seriamente es difícil identificarse con alguno cuando siempre están haciendo lo opuesto a lo que su corazón les dicta.

Si no fuese por el retorno anticipado de Orlando Bloom como Legolas, Evangeline Lilly como la gloriosa Tauriel y Benedict Cumberbatch caracterizando al Dragón Smaug con una voz psicótica, La Desolación de Smaug hubiese resultado verdaderamente una desolación. Cabe destacar que Luke Evans, Lee Pace y Aidan Turner se esfuerzan en distinguirse entre el resto y logran hacerlo de una manera respetable teniendo en cuenta su tiempo limitado.   

La composición musical continúa siendo decente y el vestuario sigue cumpliendo con la ambientación medieval. Básicamente son los mismos tonos, tanto la oscuridad del contexto y la psicología personal siguen manteniéndose a un margen superficial. Lo cual es una característica inusual en la dirección de Peter Jackson pese a que siempre tiende a dejarles un buen espacio dramático a sus actores para que los llenen con sus propios sentimientos.   

Lo anterior fue la excepción y por tanto me sorprende ver el peso en los propios acontecimientos en conjunto con las referencias de un pasado solamente expresivo. El pasado siempre ha sido el culpable de esta tragedia pero a su vez, sigue influenciado la forma de actuar de nuestros héroes egoístas e ignorantes, otro tema común visto en esta mitología. Curiosamente se da un acto de amor por un personaje del cual no existe en ninguno de los libros de J.R.R. Tolkien.   

Por encontrarse exactamente en el núcleo de esta trilogía, La Desolación de Smaug no tiene principio ni tampoco fin. En cuanto te engancha, inmediatamente se desatan los créditos dejándote en pleno suspenso en la misma tradición que Los Juegos del Hambre: En Llamas. No obstante, encontré mucho más satisfactoria esta adaptación porque pese a sus errores, Peter Jackson se mantiene fiel a su visión y eso es de admirarse aunque me cueste aceptarlo.

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